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Galería Julieta Álvarez 2013

LA REALIDAD ESCINDIDA DE DAVID ROBLEDO

 

“Lo visible es sólo el traje manso del terror que nos ocultan”

 

Samuel Vásquez.

 

El silencio prepara la tela,  la hoja en blanco, el temblor de quien intenta decir y se sabe niebla, trazo incompleto, sombra que desvanece. Rostros, gestos que alejan toda obviedad. Estamos solos, y  a la vez nos asedian desde el borde de nuestra soledad presencias que nos confrontan, nos reclaman, y van tomando lugar en ella. El arte es la forma eficaz que tenemos de hacer contacto con esa región de lo real dónde nuestro ser también habita y se transforma silenciosamente. David Rbledo sabe y busca expresar en planos yuxtapuestos ese encuentro, misterioso e inquietante, en su obra. La destreza de su mano nos lleva hasta un límite de realidad donde sólo importan los desdoblamientos, el juego de estar o no de uno u otro lado, la visión escindida de un mundo donde no hay certeza, concreción posible, y no sabemos bien si somos mirados o miramos, si alguien nos llama o llamamos, si la imagen del animal es nuestro único, desolado totem en medio de la irrealidad. Lo visible y lo invisible se mezclan, se interfieren, se oponen, conviven, se acechan.

 

Aparece en la mayoría de estos cuadros una especie de obsesión por lo dual, lo ambiguo, el delirio de lo fantastico, el doble, la alucinación repentina en medio de la cotidianidad. Para David Robledo, sin embargo, el motivo va más allá de lo anecdótico y es aprovechado por él con la claridad y la consición de una verdad, de una poética asumida como riesgo, como afirmación de una experiencia única y total. Siempre hay en sus cuadros un giro, una visión inesperada que invade con fuerza, incluso con violencia, un espacio dado que entonces adquiere otra connotación, otra pespectiva. Lo poético es el principio que mueve en Robledo estos juegos, estos entrecruzamientos dramáticos, irónicos y hasta burlescos que, intuimos, quieren incomodar nuestras seguridades más elementales, y buscan una visión menos fragmentada de lo que aún queremos seguir llamando “nosotros”.

 

La extraneza y la perplejidad se instalan secretamente en el ánimo de quien se detiene frente a esta obra necesaria, inquietante. Manchas de luz y de sombra se abren desde el misterio para componer con presición esas atmósferas en las que cada figura, cada elemento, cumple con el propósito de chocar, de romper con la perspectiva inmediatista del sujeto habitual.

 

Si Cortazar nos habla de la “continuidad de los parques” David Robledo nos hace ver la dramática continuidad de los espacios, oniricos y reales, en colisión silenciosa y sutil.

 

En su obra puede percibirse un conocimiento y un reconocimiento de los maestros afines a su visión, des de la pintura negra de Goya hasta Francis Bacon, integrados a su propio bagaje de experiencias y sencibilidad.

 

Es posible decir que David Robledo expresa nuestra propia vulnerabilidad frente a aquello que está del otro lado, lo que no se evidencia sino como vestigio, reflejo, fragmento informe, como desorden, incluso como distorsión, como desvío de una mirada hacia lo tangencial, hacia lo anómalo y lo incomunicable de ciertas experiencias humanas. Pero es al cabo más bello saber que en sus acrílicos y dibujos el artista no hace uso de la cámara oscura de la realidad por el prurito de convencer, sino de revelar lo escencial, de abrir en nosotros ese resquicio de belleza que, pese a todo, aún es posible encontrar y entregar a otros.

 

Estamos solos, y a la vez un antiguo terror de sabemos nos acompaña. En el espacio vacío de un cuarto, de una esquina del sueño, el gesto se desdobla para convertirse en aquello que la luz niega. Ser al mismo tiempo el golpe seco y el cuerpo que lo recibe, la dentellada y el grito sangrante que cada uno encarna, rostros que se desvanecen, gestos que se congelan en el vacío, sin duda hace parte de nuestra más intima verdad.

 

 

Lucia Estrada, marzo de 2013

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